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Seguro te sentis si te mandan a dormir sin comer.

Te levantas de la cena familiar dejando caer tu servilleta sobre el plato incompleto y pensando en lo rebelde que podes llegar a ser (influenciada por todas las escenas de aquellos clásicos de Hallmark que viste a lo largo de tu vida); te vas, sin decir nada y gritando mucho en tu paz. Una furia que se siente. Los menores prefieren callar. Y dando un suave portazo, en la habitación te desvestís. Las lágrimas son más veloces que cualquiera y llegan, sin advertirle al rimel, antes de que el pantalón pueda acomodarse en las baldosas del suelo (oscurecido por el golpe a la tecla de la luz que al pasar, como por inercia, regalaste). Y así, sin emitir sonido, apurando las sábanas, decidís que la almohada será tu mejor amiga esta noche. Te volves más invisible que el aire porque de hecho dejás de existir, volás en tu misma quietud. Empapada, inundada, ahogada está tu cama que en tu sofisticada piel se sala de llantos. El gris de la puerta, contrastando la saturada oscuridad, connota vida más allá de esas cuatro paredes. La ventana abierta permite lavar tu rostro con la resaca de esa tormenta que maldijiste por horas. De fondo, los grillos y la canilla de la cocina del vecino que no deja de llorizquear dedican esta serenata a tu desnudez. Y vos, ya enroscada y abrazada a un cojín húmedo podes, sin cesar tu sollozo, dejar ser a tus parpadeos compulsivos hasta que caigan las pestañas, agotadas de sostener un oceano en sus negros filamentos. Desapareces.


Título de la entrada por Santiago Ferrario.
Texto por myself.

1 comentario:

  1. CLAAA, yo pienso algo y vos le metes talento, creatividad, buen gusto y redaccion. SIEMPRE haciendome quedar mal.

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