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Inocencia se llamaba.

La más barata de las frutas prohibidas en su boca, disfrazada de un carmín desparramado; sus labios regalan todo excepto sonrisas. Hace rato que las lágrimas felices desaparecieron en su rimel exagerado y ya vuelto mar. Los juegos interminables que puede enseñar los buscaría cualquiera, porque ella no juega con sentimientos, desconoce esa palabra. No habla de Principes, sólo de Mendigos que rompen todo menos su corazón, nadie nunca preguntó por ese hueco en su pecho. Nadie nunca preguntó más que por cifras.
Una muñeca de porcelana con ojos de diamante en oferta en una feria americana ubicada en los suburbios de una selva en primavera. Y a nadie jamás le sorprendió.
Preciado cuerpo, hermosura sin fin, desenfrenada y salvaje belleza que con una manzana ya encontrada, probada y legalizada sabe fingir cualquier sabor. Sin embargo la amargura de sus días no encuentra esencia que le de final.
Ella te da todo porque nada tiene, ¡y ya qué más da! ...

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