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Motocicleta de periódicos veraniegos.

Nubes. Él me lleva a las nubes en una motocicleta azul de papel. Velocidad parsimoniosa. Brazos de algodon que envuelven dulcemente abrigando el calor de mis cansancios. Escobas voladoras tiene de pestañas y yo, una bruja (de las peores). Aprendí a volar en sus ojos, pardos como los de un felino dormido en un jardín de azucenas aleopardadas. Puro y maldito. Coloridas combinaciones salvajes hacen juego con con su sonrisa que pacifica cualquier combate. Paradojas imbeciles. Bondad e impureza; picardías con doble sentido. Me enseñó a abrir las alas sin darse ni cuenta, una mariposa que se muere con cada beso que él da. Tan especialmente común y corriente. Me enamora pero no me roba el corazón. Una piedra tenemos los dos en el pecho iluminada por faroles callejeros que, afortunadamente, no saben hablar. Reunidos en alguna vereda nocturna para desestructurar almas esclavas del ejercito de nuestros miedos (temerosos a la cobardía y a la debilidad) ahogamos en alcohol y caricias pasados y futuros que disgustan. Somos nuestros mismos puzzles. ¡Cómo pasa el tiempo!. Me rompo la cabeza. Por él lo que quieras.
Fusionandonos,
fraudulento amor eterno.
Presenciando auténtica felicidad.

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