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Siete de velo

Marìa, Carmela y Antonieta vienen a casa a tomar mates, aunque Antonieta prefiere el tè inglès y se le nota en la cara. A veces jugamos a la Escoba del 15 y eso despierta la pasiòn en sus arrugadas manos; la cocina se vuelve el antro màs timbero de la ciudad entre pastilleros y anteojos de aumentos exagerados, y Paulina, como anfitriona, llena platos hondos de galletitas caseras e insiste en que se vacìen hasta volverse intolerable como un disco rayado, y hablo de discos porque por acà nadie conoce Mp4s ni Ares. Las sillas traìdas de Italia en la Segunda Guerra combinan a la perfecciòn con los vestidos floreados que pasan las rodillas y los sacos de hilo gris y botones, las cadenas con virgencitas y los relojes a pulso.
Marìa es alta, delgada y muy inteligente; le gusta hablarme de materias de la universidad y entiende las siglas CBC y UBA a diferencia de Carmela, que es chusma, criticona y bastante soberbia; criticada por todas pero muy querida al fin. Antonieta es “amorosa”, (esa es la palabra que la describe y yo no supe encontrar sin ayuda de la nonita Paulina) nos trae galletas caseras riquisimas y su delicadeza se ve en su claro y rubio pelo fabricado en la peluquerìa màs cara de San Martìn.
Ellas son mis visitas màs frecuentes, excepto los domingos, que se van al Club a bailar y recopilar anecdotas para la semana…

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